domingo, 4 de enero de 2015

Carta

Escrito por: Lisandro Cione.

12 de Agosto de 1993.

     A mi querido amigo Andrés Villalba.

     Uno no siempre dice lo que pasa por su cabeza, las cosas que se piensan en momentos de desesperación o esos sueños oscuros y retorcidos por medio de los cuales nuestro subconsciente nos habla sin hablarnos. Es normal. Son esas pequeñas cosas íntimas que uno no pueden compartir con una madre, con un amigo o incluso con una pareja. Son esas pequeñas cosas íntimas que uno debe reservarse para sí mismo por su bien y el de los demás. Pero lo cierto es que desde hace tiempo algo viene atormentándome y no puedo guardarlo más. Necesito sacarlo de adentro mío, necesito decírselo a alguien y por eso te escribo estas líneas, porque a pesar de todo sos la única persona en quien puedo confiar.

     Lo cierto es que desde hace tiempo vengo teniendo sueños recurrentes. A veces sueño exactamente lo mismo, a veces son sueños distintos pero que encierran ciertas similitudes, ciertos patrones. A veces, por ejemplo, sueño que voy caminando hacia mi casa, de noche, y de pronto las luces de la calle se apagan. Una oscuridad asfixiante me rodea, apenas puedo ver mis pies. En ocasiones se oyen gritos a la distancia, gritos desgarradores, de dolor, de angustia, gritos míos. ¿Pero cómo pueden ser míos si yo estoy allí, sin saber que hacer, apenas con una mínima idea de donde estoy parado? Usualmente no tengo tiempo de hacerme esa pregunta en el sueño porque siento la necesidad de correr y correr, correr sin rumbo alguno, correr con todas mis fuerzas, con mi último aliento, correr para escapar de algo o alguien que jamás puedo ver, cuyo rostro, cuya figura jamás alcanzo a vislumbrar pero siempre sé que está allí, sé que siempre estuvo allí, detrás mío, acechándome, siguiendo mis pasos, respirándome en la nuca. ¿Será un monstruo? ¿Será una persona? ¿Será alguien que yo conozco? ¿Un amigo? ¿Un familiar? ¿Un amor? No lo sé, solo sé que debo huir sin mirar atrás, solo sé que debo escapar sin importar lo que ocurra. ¿Pero lo logro? No. Jamás lo logro. Siempre despierto antes de saber si mi desesperado escape tuvo resultado. Otras veces no puedo, correr, otras veces simplemente me quedo tieso apenas se apagan las luces. Me quedo atónito, inmóvil, sabiendo que esa presencia se acerca cada vez más y más pero no puedo hacer nada. O quizás no quiero. Quizás simplemente quiero dejar que me atrape, que me consuma, que acabe con esa incertidumbre, con ese sufrimiento. Que acabe con todo mi dolor de una buena vez.

     Hay ocasiones, sin embargo, en las que el escenario cambia pero la historia es la misma. Lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en esto es un sueño bastante reciente que tuve. Recuerdo que una tarde llegué a mi casa muy cansado, agobiado por problemas. Nada grave, problemas cotidianos. Problemas de estudio, problemas de pareja. Problemas comunes, pero que te hacen pensar. Abrí la puerta, dejé mis bolso a un costado y me recosté. Solo quería dormir para no pensar. Era un frío día de invierno por lo que naturalmente encendí la estufa y me tapé hasta la cabeza. Y dormí. Dormí por horas. Cuando me desperté ya era de noche. Pero me desperté transpirado, sumamente angustiado, me desperté más cansado y más deprimido de lo que estaba unas cuantas horas antes. Había soñado, justamente, que me despertaba de mi siesta pero el panorama con el que me encontraba no era para nada similar al que recordaba. Todo a mi alrededor estaba destrozado. La estufa, quemada. El empapelado de las paredes, caído y añejado. La pared, con manchas de humedad. Las puertas de madera del placard, podridas. Basura, mugre y telarañas por todos lados. Y mi cama... Mi cama estaba hecha pedazos. Destruída hasta la última astilla. Mis sábanas hechas trizas, el colchón igual. El piso estaba mojado, pero no era agua. Era... Baba. Y ahí es cuando todo se pone aún peor. Comienzo a mirar la habitación en detalle y había marcas por todos lados. Golpes feroces, marcas de garras, marcas de dientes. Dientes enormes. Y ahí es cuando lo sentí de nuevo. Sentí algo detrás mío. Sentí algo colgando de mi espalda. Algo que me tiraba para atrás, algo que se aferraba a mí como si jamás fuera a soltarme. Algo que no me dejaría vivir en paz, algo que estaría conmigo por siempre. Algo que no me dejaba moverme, algo que simplemente me detenía, algo que no me permitía avanzar. Algo que me convertía en un prisionero.

     Y lo mismo se repite una y otra y otra y otra y otra vez. Algunas veces corro por un bosque, siento que muchos ojos me observan, otras escapo en un auto a toda velocidad para darme cuenta que no sé manejar. Otras simplemente me rindo y dejo que mis demonios hagan de mí lo que más quieran. ¿Pero sabés qué? Pensando mucho llegué a la conclusión de que no son demonios. No son personas. No es un amigo. No es un familiar. No es un amigo. Es la vida misma. O, más bien, son mis miedos y mis incertidumbres respecto a la vida. Respecto al futuro. Eso que no podemos ver, eso que no podemos anticipar, eso que siempre está al acecho, que no tiene forma. Eso que está pero no está. Muchos ven al futuro como algo que se encuentra delante suyo, como algo que está por llegar, pero yo lo siento detrás mío. Lo siento persiguiéndome constantemente, lo siento torturándome, lo siento asustándome. Quizás sea normal, quizás no. Lo cierto es que el futuro es incierto y eso asusta. Da miedo saber que en cualquier momento puede ocurrir algo para lo que no estás preparado. Es natural, pero ese es el problema. Quiero estar preparado. Quiero que todo salga bien. Quiero poder alejarme de la gente que me hace mal, irme lejos y vivir una vida plena con la única persona en el mundo que me hace feliz. ¿Pero podré lograrlo? No lo sé, y eso me asusta. Me aterra. Eso me congela la sangre, me revota día a día en la cabeza, me hace sentir un miedo tan profundo que ni sabía que existía y que no sé si podré enfrentar.

     Como dije, esto es algo que no puedo compartir con nadie más que conmigo mismo. Por eso te lo estoy contando a vos, porque yo soy vos, porque vos sos yo. Porque somos uno.

Tu querido amigo, Andrés Villalba.

2 comentarios:

  1. Estimado Andrés Villalba. Yo no soy tú. Soy algún otro. Pero he soñado sueños similares a los tuyos. Quizá en los sueños somos el mismo. Quizá todos soñamos lo mismo. Pero creo que, más que la vida, aquello o aquel que nos persigue es uno mismo. La vida es nuestro paisaje. Nosotros somos el peligro y la amenaza. De la vida podemos escapar muriendo. De nosotros mismos no podemos huir ni en la misma muerte.
    Grandioso soliloquio, Lichu. Te pone a pensar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bien dicho, Señor Don Mena. Muchas gracias por sus palabras, también lo dejan pensando a uno jaja

      Eliminar