Escrito e ilustrado por
Mena
Tras
cinco horas de infructuosos intentos, el hombre seguía silencioso,
con la vista clavada en el vacío.
El
interrogador caminó en derredor del hombre, marcando los pasos con
insistencia; frustrado, contrariado. En un bolsillo, el trozo de
papel garrapateado por aquella mujer extraña.
Úselo,
le había musitado ella antes de desaparecer entre la muchedumbre que
huía. ¿Se refería a usarlo aquí,
con este obstinado
hombre?
Parecía
una idea absurda. ¡Era una idea estúpida!... pero los
acontecimientos de los últimos seis días volvían posible hasta lo
más disparatado.
Se
detuvo a espaldas del hombre. Sacó el trozo de papel. Lo estiró con
los dedos manchados. Intentó leerlo, pero nuevamente no encontró
sentido en los garabatos trazados.
Úselo,
dijo ella. ¿Por qué no? Tras cinco horas de infructuosos intentos,
¿qué más daba?
Se
inclinó sobre el hombre y le plantó el trozo de papel frente a su
cara. Tal vez ocurriese algo… los acontecimientos de los últimos
seis… ¡El hombre se envaró!
El interrogador saltó hacia atrás. El trozo de papel garrapateado
por aquella mujer extraña se deslizó de sus dedos. El hombre habló…
“¿Ha
visto una polilla debatiéndose entre las redes de una araña? ¿Ha
visto el infructuoso batir de alas?, ¿ese estertor agónico? ¿Ha
visto el epiléptico asirse a la vida de un bicho que acaso
tiene
alguna noción de lo que es la vida?"
“¿Puede
por lo menos imaginarlo?”
“Entonces,
quizá,
pueda acercarse a las fronteras del planeta acorralado que era su
pupila en aquel momento: el espejo quebrado ante una imagen que ni
siquiera puede ser nombrada porque no existe idioma, lengua o
dialecto que incluya una palabra adecuada para definirla.”
“Porque
es más que una percepción, más que una visión, más que una
confirmación. Es la nada en el todo. Un pozo profundo e insondable.
Una montaña alta e inescalable. Es… no sé qué es.”
“¿Podría
usted
decírmelo?
¿Podría explicármelo?”
“Ahora
que se desvanece entre mis pensamientos, ¿podría
decirme adónde va lo innombrable?”.
El
interrogador salió de su asombro y le encaró, exigiéndole
claridad; el tiempo apremiaba. Tras cinco horas de infructuosos
intentos, ya no podía darse el lujo de titubear. Asió al hombre de
su cabello y le tiró la cabeza hacia atrás, conminándole a decir
la verdad, o si no…
“¿O
si no qué?... ¿Qué?”
“¿Ha
visto una mariposa nocturna zigzagueando hacia la titilante luz de
una candela para morir carbonizada?”
“Su
pupila permanece. Un obturador abierto que ha velado todo el rollo
fotográfico…”
El
interrogador le golpeó con fuerza. La nariz del hombre crujió y la
sangre escurrió generosa.
“Je,
je… Usted insiste. Yo se lo he advertido…”
El hombre le
susurró la verdad sobre los acontecimientos de los últimos seis
días.
El
interrogador escuchó estupefacto, extático.
Soltó
al hombre y retrocedió asustado.
Trastabilló
y cayó sentado. Temblaba incontrolado.
Vio el trozo de papel garrapateado por aquella extraña mujer. Vio los garabatos trazados… ¡Lo entendía!, ¡lo entendía!
Úselo,
dijo ella.
Lo
usaría.
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