viernes, 13 de marzo de 2015

O

Escrito por: Mena
Ilustrado por: Mena.

—¿“O”?... ¿Y qué clase de nombre es “O”?
—Mi nombre nomás —respondió el pequeño “O” sin dejar de moverse de un lado para otro.
—Pero “O”… ¿Qué significa eso?
“O” se encogió de hombros y retrucó:
—“O” es “O”. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
—Pues Marcos.
—¿Y qué significa Marcos? ¿Ah?
—¿Y qué se yo? Por lo menos Marcos, para que sepas, es un nombre real, que la gente usa. No como “O”…
—Pero… dime, ¿no sabes que si repites tu nombre muchas veces, al final resulta que no significa nada? Hazlo, hazlo —“O” comenzó a saltar en torno del hombre. Este, fastidiado, repitió su nombre unas cuantas veces. —¿Ves? —insistió “O”—. Ahora Marcos no significa nada. Mi nombre, en cambio, es más económico. No tengo que usar tantas letras para repetirlo tantas veces como el tuyo. Escucha. “O”, “O”, “O”, “O”, “O”…
—¡Basta!, basta. Qué importa cómo te llames…
—Pero fuiste tú quién empezó. Yo siempre me he llamado “O” y no he hecho nunca gran cosa de ello. Lo mismo podría llamarme…
—¡Termina de una vez! —Marcos zarandeó al muchachito y luego lo tiró contra la pared. “O”, no obstante, pareció divertido con aquello y de nuevo empezó a saltar de un lado para otro, riendo como un salvaje. Marcos lo detuvo. Inspiró profundamente buscando la calma y acercó su rostro al de “O”. Con un tono calmado le dijo—: Escúchame, “O”. Me dijeron que aquí encontraría a la persona adecuada y… y solo te encontré a ti —“O” sonrió. Parecía distraído. Marcos insistió—: Por favor, niño. Mi hija se está muriendo. Me he gastado hasta lo que no tenía para venir a este lugar y encontrar a…
—¡Pero ya lo hiciste, tonto! —interrumpió “O”, zafándose de las manos de Marcos. Hizo una voltereta y se sentó sobre un mueble abandonado— ¡Yo soy al que buscas! Tú eres Marcos, el padre de la hija que se muere. ¡Lo sé, lo sé! Y yo soy “O”. ¿Por qué la confusión? Eres extraño, Marcos…
Marcos perdió la paciencia. Ya no quería ser delicado con el niño. No tenía tiempo que perder en diálogos sin sentido. Se abalanzó sobre “O”. Pero “O” fue más rápido y saltó a un lado.
—Pequeño demon… —maldijo Marcos— Te voy a zurrar que no vas a sentarte en…
—Ahora vuelves a estar cucú —“O” no dejaba de moverse por la habitación mientras giraba su dedo índice contra la sien—. ¿Quieres mi ayuda o no? ¿Viniste a buscarme o no? ¿Está tu hija Alicia enferma con la Pérdida o no?... —Marcos se detuvo en seco. Su expresión era entre horrorizada y desconcertada. “O” también se detuvo y colocó las manos a su espalda. Como un niño travieso pillado in fraganti. Se veía aún más menudo—: Ah, ¿ves? Ahora empiezas a creerme. No te sientas así. Suele pasar. Supongo que los hijos son importantes, ¿no? A mí me hubiera gustado ser el hijo de alguien. Debe ser bueno…
—Tú… tú… —Marcos no sabía qué decir. Le habían hablado de alguien que podía salvar a su hija. De alguien poderoso y benévolo. Alguien sabio. Y lo que tenía ante sí era a un niño imposible de no más de ocho años, mal nutrido, sucio, fastidioso, vestido con un desgarbado taparrabos, y con un nombre aún más imposible.
—La Pérdida… —murmuró “O” y se rascó la entrepierna.
—Esto tiene que ser una broma… —Marcos negaba con la cabeza. Desde el inicio de la enfermedad de su hija, había removido cielo y tierra en busca de la cura. Había vendido todas sus posesiones, empeñado lo que ya no tenía. Incluso su mujer le había dejado marchándose junto a los otros dos hijos. Había hecho todo lo humanamente posible para salvar a la pequeña Alicia y ahora, frente a su última posibilidad, solo se encontraba con una esperanza fútil que lo había alejado de su querida hija en la hora más crítica. La Pérdida se la llevaba y él perdía su tiempo con un niño inútil. ¿Cómo lo habían podido engañar así? ¿Qué nueva crueldad era esta? ¿Es que la Pérdida se estaba llevando lo poco de humano que aun había en las personas? Se dejó caer arrastrando su espalda por la pared hasta quedar sentado en el húmedo suelo. Lloró. Lloró con tal amargura que “O”, enfrascado en sacarse un moco de la nariz, lo miró en silencio y luego se acercó a él. Sus diminutos pies descalzos apenas sonaban al dar cada paso. Marcos no notó su cercanía hasta que la mano del niño mesó sus cabellos. Era un gesto nimio, tímido. El gesto de alguien que nunca había recibido amor, pero que estaba dispuesto a darlo por montones. Era “O”, cuyos finos dedos manchados acariciaron el cuero cabelludo de Marcos, transmitiéndole una sedante sensación de quietud, de dejarlo ir. A pesar de estar ante un niñito, Marcos mismo se sintió aún más pequeño y desprotegido. Alzó la vista. Los ojos grandes y negros de “O” le miraban piadosamente. El cuerpo del hombre se estremeció y gritó desgarradoramente al tiempo que hundía su cara en el pecho de “O”. Éste le acogió con ternura. Le sostuvo contra su cuerpo mientras el hombre se desahogaba.
—Alicia, mi Alicia. No quiero perderla. No, no… —gemía entrecortadamente.
—La Pérdida, Marcos… —musitó “O” y le besó los cabellos. También lloraba ahora. Las lágrimas dibujaban surcos en sus sucias mejillas—. La Pérdida… —agregó inclinando su cabeza sobre la de Marcos.
—Se… se suponía que tú… que tú… —Marcos se incorporó, tomando las manos del niñito con las suyas—. Perdóname, niño. Disculpa… debo irme.
Hizo ademán de ponerse en pie.
—Espera —le ordenó “O”. Su voz sonó tan firme que Marcos no se movió—: Viniste aquí buscando ayuda, pero la verdad es que no sabías qué clase de ayuda querías. Ahora debes saberlo. No has buscado ayuda para tu hija Alicia. La buscas para ti mismo.
—No, yo no… —intentó corregir Marcos.
—Schhh… Escucha… —“O” se sentó a horcajadas sobre las piernas de Marcos y ahora él le estrechó sus manos—: La Pérdida… La Pérdida se coló entre nuestros sueños para enseñarnos algo. No nos quita, como uno pudiera pensar por su nombre… ¿No te dije que los nombres poco significan? La Pérdida nos hace ganar. Nos hace atesorar todo lo hermoso que con tanta prodigalidad hemos desperdiciado. Mira a tu hija Alicia. Cada vez se abandona más la Pérdida. No puedes hacer nada para impedirlo. Nadie puede. Yo no puedo. Aún así, has venido a mí. Un pobre niño en el extremo del mundo, donde los niños son poco más que la basura al costado del camino. Querías encontrar un gran sabio. Quizá rodeado de sabiduría y ciencia y erudición; y ¿qué has encontrado? A “O”, que no vale ni el taparrabos que lleva encima. Pero has encontrado algo más valioso. Algo que nadie podrá quitarte nunca. Has encontrado el amor… —Marcos volvió a sollozar, bajando la vista. “O” levantó su rostro con ambas manitas y continuó—: No te habías dado cuenta, pero todo este tiempo has buscado tu sanación… Porque mientras la Pérdida se lleva a tu Alicia y sientes que tu corazón se quiebra; tus actos, tu amor, tu viaje por todo el mundo son la retribución y amas aún más a tu Alicia y comprendes que la Pérdida solo te ha devuelto un corazón aún más fuerte y decidido.
»Sí. Y ese mismo corazón reformado lo llevarás de vuelta a tu hogar y acunarás a tu hija para que ella se sumerja en la Pérdida entre los brazos de su padre. Y recuperarás a tu esposa y  tus otros hijos y también los sanarás porque también estarán quebrados. Cuando todos los que aman a Alicia estén rodeados de la oscuridad, tú traerás la luz y la corta vida de tu Alicia será un hermoso canto, un indecible amor que te arrullará y entibiará tu camino y el de quienes la conocieron… Debes dejarla partir, ésa es la enseñanza primera. Déjala irse tranquila con un beso.
»¿Puedes afrontar eso?... Claro que puedes. Claro…
La voz del mismo “O” se quebró en este punto, conmovido por la presencia de Marcos, por la Pérdida, por el mundo entero.
—¿Y tú? —La voz de Marcos era serena y bondadosa—. ¿Qué hay para el pequeño “O” en todo esto?
“O” le miró. Sus ojos titilaban entre las lágrimas contenidas. Sonrió.
—Yo ya he ganado todo. Esto… estar en tus brazos como un hijo. Poder consolarte. Poder amarte.
—Hijo mío, pequeño “O”… —Marcos lo estrechó contra sí y se balanceó, acunándolo—. Perdóname por mis groserías. ¿Te hice daño? Perdóname, por favor.
“O” se apretujó contra el cuerpo de Marcos. Luego se apartó y dio un par de volteretas, sonriendo. Volvió a escarbarse la nariz, mientras repetía “O”, “O”, “O”…
Pronto el hombre partiría, reconfortado, camino de su curación. “O” quedaría ahí, escabulléndose entre las calles, siempre furtivo —y, no obstante, gozoso—, el pequeño hijo sin padre, hijo de nadie y de todo; siempre dispuesto a retribuir el dolor con el amor, el sufrimiento con la alegría, la Pérdida con la Ganancia.